No me conformo con pensar que al menos durante un tiempo hemos llegado a compartir algo, que su vida y la mía han oscilado sobre un mismo eje, que hemos asumido un proyecto común –un proyecto minúsculo si se quiere, puede que hasta insignificante, pero tan real y tan vivo como mi deseo lacerado y brutal–. Cuando por fin decidió que se iba, que me dejaba aquí solo y abandonado, cuando se convenció de que ya no podía ofrecerle nada más, supe que con ella se iban también todos mis sueños esquivos de adolescente, mis ansias de pasión y de vida, mi futuro ya para siempre extraviado. Otra vez –una vez más, diría yo– me quedaba a solas con mi cámara, el más fiel de mis compañeros, el único ser que nunca me ha fallado y que jamás lo hará.
Ahora tendré que acostumbrarme de nuevo a los silencios de este viejo estudio, a mi minúscula vida de fotógrafo de barrio, reconocerme en el tipo vacío y ajado que era antes de que ella entrara por la puerta. Mucho me temo que hasta dentro de algunos meses ya no necesite hacerse más fotos de carné.
De: afinidades narrativas con la autorización del autor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario